Recuerdo haber oído por vez primera el nombre del profesor Ignazio Guidi (junto al del duque Leone Caetani y otros grandes maestros), en las clases de Historia del islam. Oriente, que en aquel entonces nos dictaba el malogrado D. Emilio de Santiago Simón. Sin embargo, tras aquella fugaz alusión, no recuerdo haber vuelto oír su nombre en toda la carrera. Ese silencio, que al parecer era una de las varias virtudes que adornaban al gran maestro italiano, me acompañaría hasta varios años después.
Sería en el curso de una investigación iniciada hace ya bastantes años donde volvió a surgir su nombre, pero esta vez no fue solo el nombre, sino un artículo suyo acerca de las traducciones árabes más antiguas de los Evangelios aparecido en los Rendiconti della Reale Accademia dei Lincei.
El trabajo, soberbio por lo demás, me sirvió para descubrir de primera mano el hondo saber y la sabia pericia del autor, cuya finura analítica llamó grandemente mi atención. Mucho fue lo que aprendí con aquella lectura, que he visitado en varias ocasiones a lo largo de estos años por menesteres varios.
Fue tal la admiración que Guidi despertó en mí, que logré hacerme con algunos libros suyos con ediciones y estudios de textos siriacos y etió-picos que estudié con fruición. Algunos de sus trabajos me han sido de enorme utilidad en mis investigaciones. Su conocimiento de las lenguas semíticas, de la producción cristiana oriental, así como de filólogos y literatos árabes medievales era realmente impresionante.
El delicioso opúsculo que ahora ofrecemos en versión castellana a partir de su original francés es un ejemplo evidente del saber del orientalista italiano. Fruto de cuatro conferencias pronun-ciadas por el autor en la Universidad de El Cairo en el año 1909, y publicadas más de una década después, nos ilustran del mar de conocimientos que atesoraba el profesor Guidi. Redactado en un tono expositivo diáfano, lenguaje directo, prosa ágil y ausencia de notas, este librito nos muestra a las claras los conocimientos que del medio pre-islámico se tenía en los cenáculos orientalistas de finales del XIX y comienzos del XX.
En la traducción castellana hemos adaptado la transliteración de voces árabes y arameas a un sistema estándar más actual, corrigiendo los errores tipográficos que hemos advertido tanto en voces como en nombres propios. Asimismo, nos hemos permitido añadir algunas notas a pie de página con la sola idea de ofrecer información al lector sobre algún aspecto concreto del texto.
Como en los anteriores libritos que habitan en esta humilde colección, nuestra esperanza solo alberga –parafraseando al divino Horacio– que sus potenciales lectores se deleiten aprendiendo con el saber, ahora, de este insigne maestro ita-liano, que no solo lo fue, lo sigue siendo gracias a los eruditos trabajos que nos legó en su larga y fructífera vida académica.